EL TERCER TEMPLO
Hoy, en esta costa, ocurre algo sorprendente. Una luz se
precipita hacia el bosque. Tomo la cámara de video y me interno en la espesura
de pinos para recoger algunas imágenes. Por ninguna parte diviso algún rastro
de fuego u otro similar. Cansada de mi infructuosa búsqueda, decido regresar a
mi terraza para continuar con mis lecturas. Sin embargo, en la medida que
avanzo, comienzo a sentir una extraña presión sobre mí. Un sudor helado recorre
mi rostro y las manos me tiemblan. Acalambrado el cuerpo, pienso que puede ser
alguna arritmia, pero no, estoy mareada, con ganas de vomitar, de rodillas y
con las palmas apoyadas sobre las hojas que tejen el suelo. Levanto la cabeza y
alguien me mira. Huyo por el bajo, entre las plantas acuáticas, indignada por
los zancudos y la entrada de mar que me cubre hasta las rodillas. Sigo con mi
ruta y me encuentro nuevamente con la presencia. Parece tener mi estatura, sus
manos son pequeñas y viste una túnica clara, aunque en la oscuridad no logro
ver bien el color. Intento alejarme, pero algo me paraliza. De espalda a ésta,
me elevo sobre el piso hasta llegar a un lugar seco. Hay más gente en el lugar.
El bosque de un momento a otro se ilumina y puedo ver sus caras. Ciertos
rostros me parecen familiares. Los vi en sueños llamándome. Uno de ellos se
atreve a hablarme en un dialecto desconocido, pero que logro decodificar:
―Para usted, hay un lugar donde puede estar, pero en ese
sitio no hay cabida para los
metzorá.
Lo interrumpo; deseo que me explique; el anciano
continúa.
―El mundo como lo conocemos se acerca a su fin y hemos de
levantar un tercer templo para recibir al mesías. La plaga del traráat
pronto se dejará caer sobre la humanidad. Es una enfermedad misteriosa, los
hombres, mujeres y niños se empezarán a despellejar hasta desvanecerse por
completo. En un mes perderán sus corneas y vagarán en las tinieblas y al cabo
de un par de meses sus tripas serán arrancadas por las bestias.
Era
tan horrible el destino de los seres humanos que decido partir con ellos. Viajo
en una especie de cápsula gigante que a gran velocidad se ve como una simple
estrella fugaz. A estas alturas aún no entiendo por qué me llaman elegida. En
un sector árido nos detenemos. Un tabernáculo se erige en la soledad del
desierto. Me desnudan y visten con un hábito rojo.
―Pronto
vendrá Hashem, por ahora, debes quedarte aquí en el altar.
Se
retiran. De un momento a otro me envuelve la noche. Hace frío y un céfiro
helado mueve mi cabellera. Durante horas permanezco en esta posición, ansiosa
de conocer a Hashem. Siento pasos, dos mujeres con antorchas se acercan a mí.
Una de ellas se llama Marya.
―Venimos a prepararte, debemos evitar que el
tabernáculo sea contaminado con la impureza ritual producida por los flujos de
vuestros líquidos reproductorios y que el pueblo sea dañado por la presencia
física de Hashem.
Me
bañan con una sustancia aromática de los pies a la cabeza y cubren el
tabernáculo con un manto blanco. Las antorchas han quedado enterradas en la
arena.
―Ahora sólo debes entregarte a Hashem.
No
conozco a Hashem, pero debo estar con él esta noche. Me cubre sólo el bálsamo.
Una sombra se divisa a lo lejos. Puedo ver su desnudez en la medida que se
acerca a las antorchas. Siento pudor por estar expuesta. Cuando logro ver su
fisonomía sé que he estado antes con él. Acaricio su torso y nos recostamos en
el tabernáculo como indicó Marya. Es un hombre extático, ambos nos sumergimos en
el baile de nuestros cuerpos. Cierro los ojos y me abraza a contraluz. El aire
se intensifica, la arena apresa mis ojos de manera violenta, no siento a
Hashem, pero si las páginas de un libro titulado El tercer templo. Me incorporo de poco, recojo mi cartera, la
cámara y me calzo las sandalias. Noto que perdida la puesta de sol sólo me
queda regresar a mi casa para encender la chimenea. La luna anda errática en el
cielo, acompaña mi caminata de manera hermosa. Ilumina la duna en su máximo
esplendor. Deseo capturar su imagen en mi seguidilla, pero me sorprende en la
pantalla de la filmadora el resplandor extraño de un cuerpo brillante cayendo
desde el cielo.