lunes, 9 de agosto de 2010

Teatro escolar


















SANTA MARÍA DEL ALMA SALITRERA (OBRA DRAMÁTICA)
Ingrid Lobos

Escena uno

Un escritorio absurdo: por un lado, un pequeño saco de fichas, por el otro un gran saco lleno de monedas. El escritorio por el lado de las fichas tiene unas patas sostenidas con ladrillos y cajas, mientras que el lado que sostiene el saco de monedas tiene unas patas impresionantes. Un cuaderno y un lápiz en el centro del escritorio. Un fichero de oficina con algunos recortes de diario. Los trabajadores visten de blanco y los otros con ropas bien confeccionadas.

EL CONTADOR está lanzando una moneda como entreteniéndose para retrasar lo más posible el pago.

LOS TRABAJADORES comentan en voz alta lo que lee el más joven del grupo en el fichero.


MANUEL. ─¡Aquí dice que los trabajadores del otro lado se están movilizando, quieren marchar a Iquique!
(El resto de los trabajadores que estaban en fila, esperando a que el contador se dignara a pagar las fichas se acercan. Se miran entre sí.)
(EL CONTADOR se levanta de su silla y se pasea con las manos en los bolsillos con una actitud de aparente nerviosismo)
(EL CAPATAZ se abre paso entre la multitud y llega adelante golpeando la mesa)
(EL CONTADOR se acerca de súbito tras el golpe)

CONTADOR. ─No se preocupe que ya le tengo su dinero, tal cual me lo pidió el señor Thurston. A usted ya no se le cancelará más con el sistema de canje.
CAPATAZ. ─(Hablando en voz alta para que el resto escuche) ¡Que bien, porque harto sacrificio es aguantar a estos futres para que más encima me estén pagando con fichas! (se retira con el saco lleno de monedas)CARLOS. ─(Mirando al capataz que se retira) Con razón se empezaron a organizar los del otro lado, deben estar cansados de abusos como éste.
CONTADOR. ─¡Si no arman una fila no voy a atender a nadie hoy día y van a tener que esperar hasta pasado mañana, porque pedí este sábado libre.
VIEJO. ─¡Yo estaba primero! (Ganándose adelante y frotándose las manos)CONTADOR. ─(Sacando las fichas del saco) Tome ahí tiene sus fichas.
VIEJO. ─¿Cómo, sólo siete fichas? Esto es mucho menos de lo que recibí el mes pasado. No alcanzaré a terminar el mes.
CONTADOR. ─También fue mucho menos lo que trabajaste viejo zorro. El capataz dijo que estuviste casi una semana sin trabajar.
VIEJO. ─Pero me enfermé en la misma faena, todos me vieron.
CONTADOR. ─No es problema mío, yo pago lo que me informan y sin trabajo no hay pago. Ahora sálete de la fila que tengo que pagarle al resto.
(El viejo se retira cabizbajo y el contador reinicia su tarea)JUAN. ─A mí no se atreva a descontarme que este mes lo he trabajao completito.
CONTADOR. ─Gente joven como usted es la que necesitamos. Tome aquí tiene sus fichas.
JUAN. ─Yo no me quejo na`como otros que andan pendientes de puras tonteras pa`cagarse de hambre. Al que le tocó nacer pobre tiene que trabajar como pobre.
(Se retira enojado, mirando a sus compañeros de faena)CONTADOR. ─(Mirando fijamente al resto que rompió con la fila) ¡Y ustedes, por qué me miran así! Acaso no quieren cobrar sus fichas. (Los trabajadores no hablan ni se mueven) Entonces me retiro. (Se para de su silla y se lleva el saco con las fichas restantes)CARLOS. ─Tú no vai a ningún lao. (Lo jala de la camisa) Mejor corre a decirle al viejo Thurston que si no nos paga de aquí a mañana con dinero igual que al otro que liquidaste denante, nos vamos a ir a paro. ¡Escuchaste!
CONTADOR. ─Sí sí, sí, ya me quedó claro.
CARLOS. ─(Soltándolo de la camisa) mejor, mucho mejor.
(Moviéndose el contador del sitio rápidamente, la luz baja paulatinamente hasta disiparse. Comienzan y terminan los que quedan a coro el texto que recitan al unísono.)

“De la pampa he salido, para cobijar la avaricia de los hombres que someten a sus anchas al desamparado, aprovechándose de la desventura de los que hemos nacido pobres, para satisfacer con el cansancio ajeno las ansias de poder y riqueza aún a costa del sacrificio desmedido.

Escena dos


Sólo el vacío. En el centro están los mismos hombres apoyados unos con otros. A su alrededor las mujeres caminan acongojadas siguiendo el sentido de las agujas del reloj y hablando alternadamente.

MUJER 1. ─¡No tenemos que comer. Ya no hay nada para canjear en casa!
MUJER 2. ─¡Los niños tienen frío, las madrigueras de los roedores son más confortables que nuestras viviendas!
MUJER 3. ─¡Tengo que trabajar para ayudarte! ¡Debes autorizarme para hacerlo!
MUJER 1. ─¡ No! ¡La niña se me ha muerto!
MUJER 2. ─¡Sólo tiene ocho años, no lo entregues al capataz!
MUJER 3. ─¡He tenido que separarme de mis hijos! ¡Me pagan bien por cuidar niños ajenos!

(La luz baja lentamente, mientras se sienten ruidos de palas y golpes. De repente el ruido cesa y la luz retorna. Las mujeres se reúnen al costado izquierdo de los hombres y conversan)

MUJER 3. ─Carlos me ha dicho que sus compañeros están decididos a bajar a Iquique y que abandonaran la faena por la mañana. Dice que lo han convencido de hacerlo por mí y los niños.
MUJER 1. ─Temo por nuestros hombres si bajan solos, pero si los acompañamos con los niños estoy segura de que no se atreverán a acercárseles y arrestarlos.
MUJER 2. ─Eso está claro. Debemos motivar al resto de las vecinas para que acompañen a sus maridos en sus peticiones.
MUJER 3. ─Debemos llevar algo de comer, allá en Iquique no podremos comprar nada.
MUJER 1. ─Mi patrona es una señora muy buena, ella en secreto reniega del proceder de los negocios de su marido. Su madre es una vieja amargada que la casó con un hombre mayor, sólo por conveniencia. Dicen que su familia estaba arruinada y que vivían de las puras apariencias en la capital. Llegaron al norte tras el matrimonio. Estoy segura que la niña Sofía nos ayudará con algo.
MUJER 3. ─Debes hablar con tu patrona esta misma tarde.
MUJER 2. ─Yo no confío na` en esas señoritas de sociedad. Cuando se vea asustada igual va a tirar pal lado de los suyos.
MUJER 1. ─No sea desconfiada. Créame, es una mujer con ideas reformistas. Ha leído mucho de causas extranjeras. Yo no sé cómo su madre la casó con ese elefante enfermo.
MUJER 3. ─Pues, por eso, porque estaba enfermo. Si se muere se queda viuda y rica. Y con ella toda su familia.
MUJER 2. ─Bueno si es así habrá que confiar no más. En algo tenemos que sujetarnos.
MUJER 1. ─Hablaré con ella. Ustedes alcen la voz con las mujeres del pueblo, pero sin que se enteren los maridos. Cuando tengamos todo listo les decimos que iremos con ellos, aunque se opongan.

(Las mujeres se separan y caminan a paso ligero por distintos lados, mientras las luces se extinguen del todo lentamente)

Escena tres

En el fondo se proyecta la imagen del desierto. Dos trabajadores del salitre han terminado su faena y están de pie en el centro del escenario, sosteniéndose el uno con el otro. Sus palas yacen en el suelo. Tres intérpretes cargan con utilería y trapos, ingresan a escena a romper con la quietud inicial.

MANUEL. ─No podemos seguir aguantando que nos tengan trabajando de sol a sombra, sin comer en toh el día poh señor.
JUAN. ─Y que quieres que hagamos, si tenemos que trabajar para alimentar la casa o ¿creí que somos señoritos para echarnos en el sillón?
MANUEL. ─Mira como está este hombre, viejo y cansado. Ha dedicado su vida al salitre para que el patrón nos pague con fichas.
JUAN. ─Dedícate a lo tuyo, deja a los futres que no tienen na`que hacer que se dediquen a arreglar el mundo.
VIEJO. ─(Se acerca) ¿Y qué piensas hacer muchacho para cambiar esta realidad? Yo he dedicado años a esto y no hay quien haya hecho nada por nosotros.
JUAN. ─Este leso cree que las autoridades van a considerar sus peticiones.
MANUEL. ─(con ánimo alentando a sus compañeros) Yo sé que si nos unimos y bajamos a Iquique, lograremos avances en este tema. En otros lados he escuchado que los trabajadores forman sindicatos y se organizan cuando quieren reclamar algo y los escuchan.
JUAN. ─¿Tanto así es?
MANUEL. ─Sí, tienen que confiar. Mañana detengamos la faena y nos vamos a paro no más. Hay que hacer presión en las autoridades. A ver si al Montt ese le va a gustar que se hable de huelgas en el norte.
CARLOS. ─Yo te apoyo en todo amigo. (Enardecido) Desde chico he visto como a mi paire el capataz del patrón le rompía la espalda a latigazos cuando no podía seguir trabajando por la edad.
MANUEL. ─Me pondré en contacto con los demás trabajadores esta misma noche. A ver si alguien se atreve a callar nuestras voces. Debemos seguir con el plan, mañana nos paramos y bajamos a Iquique como lo habíamos planeado. El que quiere que se una.
MUJERES. ─ (Desde lejos se acercan las mujeres lentamente, llamando a sus hombres) ¡Carlos! ¡Manuel! ¡Juan!

(Los hombres toman sus palas, hacen una señal de despedida y se retiran del escenario con sus mujeres, mientras bajan las luces del escenario)

Escena cuatro

Las luces son tenues. La imagen del desierto vuelve a proyectarse en el fondo. Los hombres y las mujeres caminan al mismo ritmo por el escenario. Las mujeres llevan en sus manos canastas y lo que podrían ser niños envueltos en mantas. Mientras caminan suena de fondo la canción “Vamos mujer”. Cuando finaliza la canción se recuestan en el suelo y las luces se apagan por completo.

Escena cinco

Retorna la luz del escenario. En el fondo se proyecta la imagen de la escuela Domingo Santa María de Iquique. Los trabajadores y sus mujeres continúan recostados. Irrumpe en escena el capataz y el que podría ser un comandante del ejército, rompiendo con la tranquilidad primera. Miran a los tendidos desde una esquina del escenario.

CAPATAZ. ─Aquí deben estar entre los dormidos los que andan alentando a las masas a movilizarse y abandonar sus trabajos.
MILITAR. ─Llamaremos a los dirigentes y cuando salgan abriremos fuego al instante.
CAPATAZ. ─A desgraciados como éstos, malagradecidos, no hay que darles tregua alguna. Rompa fuego contra todos no más.
MILITAR. ─Tenemos instrucciones de no abrir fuego a menos que sea necesario contra la multitud. Debemos respetar las órdenes de Santiago, sólo los dirigentes.
CAPATAZ. ─Bueno, entonces yo lo ayudo a reconocer a los futres que andan alentando a los hombres de la calichera de mi patrón pa`que no se escapen. No quiero mierdas de vuelta en la pampa.
MILITAR. ─¡A ver los dirigentes, que salgan! ¡En Santiago quieren saber sus peticiones!
MANUEL. ─(Incorporándose al instante) ¡Despierten! He escuchado que nos llaman afuera, quieren saber cuáles son nuestras exigencias. ¡Carlos! ¡Juan! ¡Acompáñenme!

(Caminan tres pasos y comienzan a pestañar las luces y a escucharse ruidos de rifles. Los tendidos se levantan y comienzan a correr por el escenario desesperadamente, gritando. Se genera un verdadero desorden y uno a uno empiezan a caer bruscamente al suelo. Sólo queda el viejo de rodillas, tapándose los oídos con ambas manos. Cuando cesa el ruido de rifles y la luz deja de pestañear, observa la mortandad que lo circunda, mientras el capataz y el militar se retiran. Se apronta a recitar un texto)

“Se habló de trescientos cadáveres, aunque quienes fueron testigos de esta matanza despiadada e injusta hablaban de más de mil. No hubo cajón ni santa sepultura para estas almas. Niños, mujeres y hombres quedaron tendidos eternamente y fueron transportados en carretas como cosa desechable. La escuela Domingo Santa María fue su refugio y tumba. Sus cuerpos fueron acribillados para servir de ejemplo, pero su fin no fue más que el inicio de una larga lucha que vio resultado, ganándole a la fatiga, el hambre y hasta la propia muerte”.